sábado, 2 de mayo de 2015

Orgullo por caballos de paso fino


“Es ese caballo que, por la topografía de la Isla, fue adoptando ese paso corto lateral, que era un paso que daba comodidad al jinete". (Juan Luis Martínez Pérez)

En una finca de Manatí, un matrimonio se dedica con ahínco al entrenamiento de estos animales

Fuente: static.elnuevodia.com
Por: Por Osman Pérez Méndez

Casi cada fin de semana, en algún rincón de Puerto Rico hay alguna competencia o exhibición de caballos de paso fino, una raza que es orgullo de la Isla y que se distingue por su peculiar y elegante paso corto lateral. Pero mucho antes que un caballo llegue a esas competencias, hay que cuidarlo y entrenarlo, una labor que exige mucha atención y cariño. A tales menesteres se dedica el matrimonio de Domingo Nieves y Magdalis González, quienes poseen una veintena de caballos, de paso fino, de paso y de paseo. 


Desde temprano en la mañana, llegan a la Hacienda Tierras Nuevas, en Manatí, para preparar los alimentos de los animales y poner en orden los aperos que usarán en el día.

Antes de arrancar con su rutina diaria, Magdalis aprovecha para explicar toda la historia y cultura detrás del caballo de paso fino.

“Es una raza. Durante muchos años fueron mejorándola. Luego esos caballos se fueron mejorando hasta dar paso a las competiciones”, dice mientras busca una carpeta con varios documentos.

Añade que hay otros caballos de paso, como el caballo de paso colombiano o de paso peruano. También hay caballos de aquí, criollos, que tienen el paso lateral, pero no son de paso fino.

“Pero, aunque hay todas esas modalidades de paso, en Puerto Rico como paso fino se reconoce solo al caballo puro puertorriqueño de paso fino”, continúa Magdalis, añadiendo que existe incluso una ley para tales efectos.

Pruebas de ADN

Y para estar más seguros de esa pureza, los ejemplares tienen que ser inscritos en un registro genealógico, con todo y muestras de ADN y hasta una identificación que los describe, explica Magdalis, mientras saca de la carpeta la identificación de uno de sus caballos.

“En el área del cuello, un veterinario certificado les coloca un chip con su identificación, por si cambian de dueño y de nombre. En este documento se anota todo eso, como si fuera el traspaso de un carro”, detalla Magdalis con tono apasionado. “El ADN en sí, no me dice nada, pero sí su genealogía, que lo identifica como hijo de ejemplares de paso fino reconocidos”.




Por detrás, el certificado tiene además una foto del caballo, y unos dibujos de las patas y la cara, para detallar las marcas particulares que pueda tener y que no se vean en la foto.



Aun así, no crea que todos llegan a competir, pues como explica Magdalis algunos no dan la categoría y se usan para dar paseos, para entrenar jinetes o para venderlos a alguien que quiera tener uno.

“Esto más que un deporte, es un estilo de vida”, afirma Magdalis sobre el paso fino, cuya práctica desde 1978 se reconoce como un deporte nacional autóctono de Puerto Rico.

Cerca de las 8:00 a.m., y ya escuchando las voces de sus dueños, los animales empiezan a hacerse sentir con relinchos, y alguna que otra patada a la jaula, reclamando su comida.

“Se alimentan dos veces al día, temprano en la mañana y en la tarde”, explica Domingo mientras vierte en una carretilla un alimento concentrado que tiene avena, maíz, soja y miel. Detrás suyo un cartel advierte que montar caballo es una práctica que tiene riesgos.

Domingo puede dar fe de eso, pues todavía se recupera de una caída que sufrió, que le provocó daños en la espina dorsal. La lesión requirió dos operaciones y casi le deja incapacitado, pero poco a poco ha ido recobrando la capacidad para hacer algunos trabajos. La carretilla, no obstante, la lleva Magdalis o el joven Alex, que trabaja con ellos en la cuadra.

Nos detenemos en la jaula de Indio, un simpático y dócil caballo al que describen como “el más mansito, que todos quieren montarlo”. También es “el más travieso”, y ha descubierto la forma de abrir la jaula para salir a pasear, él y su compañera de jaula, a la que también libera para que le acompañe.

Alimento vital

El matrimonio se toma una pausa para enfatizar en la importancia de alimentar adecuadamente a los caballos, porque no hacerlo, además de que constituye maltrato según la ley, puede llevar a que sufran cólicos que pueden llegar a tener consecuencias muy graves, y laminitis, una enfermedad que afecta sus extremidades y los puede dejar cojos.

“Y nunca, nunca, les debe faltar el agua”, insisten, destacando que pueden deshidratarse con rapidez y hasta morir.

Apenas terminan de darle el alimento concentrado y el heno, y comienzan a limpiar la jaula. A diario, hay que sacar los excrementos y la paja mojada. Cada cierto tiempo hay que cambiar toda la viruta que le sirve de cama. Domingo va jaula por jaula, entonando rancheras y cerciorándose que todo está como debe ser.

Mientras saca a un caballo marrón, el hombre de tez quemada por el sol explica que nunca se les debe maltratar “porque pueden crear mecanismos de defensa y pueden ir contra ti. Pueden morderte y patearte, y hacerte bastante daño. Una mordida te puede arrancar un canto, y una patada te puede romper un hueso”.

No obstante, su naturaleza es más bien noble. “Ellos son animales de manada. Te ven como el alfa, el líder, el que les alimenta y los protege. Eso nos da la ventaja de que dependan de nosotros”, dice Domingo, insistiendo otra vez en que no es con golpes, sino “con sensibilidad y con caricias que se les debe tratar”.

De esa forma, al sacarlos a pasear “ellos no lo ven como un castigo. Para ellos es señal que se van a lucir junto a su alfa”, comenta Domingo, agregando que para el caballo no es problema llevarte sobre su lomo porque su anatomía se lo permite. También su anatomía permite colocarle en la boca, en un espacio carente de dientes conocido como los asientos, el freno que se usa para guiarlo en una dirección o detenerlo.

Es hora de los entrenamientos a los ejemplares en turno según un calendario. Aunque en esta jornada matutina solo moverán a practicar a tres caballos, a todos los sacan de las jaulas regularmente durante la semana, puesto que “necesitan salir del confinamiento (de la jaula), porque les da vicios de ocio, y comienzan a comerse la madera de la jaula, o halar aire”.

El primero en ir al picadero, que es como llaman al recuadro donde entrenan y compiten, es Desafío. Avanza con una mezcla de alegría y orgullo, pasando a lo largo de pacas de heno y maquinaria de agricultura. Saluda con un suave relincho a un viejo perro guardián que levanta brevemente la cabeza, sin abandonar su rincón al borde del camino de entrada a la hacienda. Entra al picadero y, tras unos segundos de duda, arranca en una feliz cabalgata. Entretanto, Magdalis saca de su jaula a Fortuna, una bella yegua blanca que es objeto de feroces celos entre varios caballos, y comienza a cepillarla y peinarla. “Ellos sudan mucho, y el sudor al secarse se convierte en sal, y hay que limpiarlo para que no les lastime”, explica.

Visten a Fortuna con el equipo de bella forma, una competencia que, explica Magdalis, “básicamente es un concurso de belleza. La llevan dos personas, no la montan. Se mira todo, las patas, las orejas, el barril (la barriga), que todo sea un complemento perfecto, sin cicatrices. Tampoco se descuida el andar”.

Tras el paseo, Fortuna recibe un baño de manguera, que disfruta tanto como el cepillado.

Le toca el turno a Capataz, un macho de color blanco que es uno de los que le tiene el ojo echado a Fortuna. Mientras le coloca los aperos, Domingo explica que “ya está domado, pero hay que entrenarlo”. También le pone una faja para que aprenda a no mover la cola, y le echa repelente para que los insectos no le molesten y ande relajado y sin distracciones.

Domingo, a causa de las secuelas del accidente, necesita la ayuda de Magdalis para montar. Antes, se pone un pantalón de cuero sobre sus mahones. Sube con cuidado, y ella le coloca en estribo el pie derecho, que perdió ciertos movimientos tras la caída.

Las señales

“Siempre hay que observarlos, conocerlos. El (caballo) da señales, hasta dónde tolera, cuando algo le molesta”, detalla Domingo. “Le pones presión, pero a la vez lo relajas, y lo premias con una caricia para que aprenda. Los caballos no se entrenan con comandos verbales, como a los perros. Eso solo es en las películas. Algunos aprenden un poco los sonidos, pero todos los comandos son con el freno”. Por alrededor de una hora, el caballo pasea a lo largo de la valla, hace la figura ocho alrededor de dos postes y pasa sobre la tabla de resonancia. Termina todo sudado y listo para su baño.

Casi al final de la mañana, la pareja alista cuatro caballos de paseo. Los usan para ofrecer paseos por la finca hasta la costa, y para entrenar a jinetes, niños y también personas con discapacidades que necesitan equitación adaptada.

Antes de ir almorzar, les darán unas vueltas. Me hacen una oferta y antes que terminen ya estoy sobre Indio. Tras recibir instrucciones, el simpático caballo me lleva sin contratiempos por el picadero. Más adelante, Domingo y Magdalis cabalgan uno al lado del otro. Se toman de la mano como enamorados. Los caballos parecen entenderlos y marchan a un ritmo parejo, regalando una imagen de postal.
Jinete y Caballo

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